(Las elecciones
presidenciales y el final del chavismo)
Corrompido, absorbido y seducido por delirios de grandeza
que le hicieron creer único, invencible e inmortal físicamente, Chávez, ahora
deprimido y débil pero insustituible
para sus seguidores y su organización política, sabe que “El Socialismo del
siglo XXI” se encuentra en crisis y no en un sentido de transformación, si no
por el contrario se halla a corta distancia del fin como proyecto político.
Chávez sabe que sin él su “revolución” sucumbirá y, precisamente esa es la gran
factura que el destino le dio, todo
ello por su actitud autocrática, propia de aquél que sin madurez repentinamente llega a tener y “loco se
quiere volver”.
Ramos
Allup en su columna sin Censura del diario El Nuevo País del 29 de abril de
2012 claramente señala que Chávez “será el candidato en silla de ruedas… no por
devoción a sus fieles sino por la pragmática razón de que es él quien mayor número
de votos les garantiza.” ¿A quienes? A la facción política del PSUV, ya que él
sabe que su proyecto ha llegado al ocaso y con su desaparición física el mismo
quedará como una etapa de la historia nacional, ya creó un partido gobiernero,
dependiente de un hombre, estructurado desde arriba y no desde abajo, sin
relevo, sin una genuina identidad nacional, dependiente de las creaciones
ideológicas de otras latitudes, carentes de pies y cabeza, en la Venezuela del
siglo XXI.
Frágil,
necio y arrogante quiere demostrar su capacidad de “arrastre popular” como “contra”
ante el nacimiento del exitoso proyecto unitario impulsado desde la Mesa de la
Unidad Democrática, ahora representado por el liderazgo de Henrique Capriles
Chávez desea una “lucha electoral cerrada” que daría lugar a un final de
fotografía único, entre una posible victoria de Henrique Capriles o una
re-elección que para él ya no se trata de un asunto político, es decir, para
garantizar la existencia y continuidad de la “revolución bolivariana” porque
sabe que físicamente no se encuentra apto y además sabe que su alrededor no hay
nadie con la actitud ni las aptitudes para asumir el liderazgo de su
“institución”; Para Chávez simplemente se trata de un asunto de ego personal
para tratar de demostrar que lo que él representó fue una consecuencia de la
descomposición de los partidos políticos que no renovaron a tiempo sus tesis
programáticas y así mismo no reconstruyeron su institucionalidad en un país que
demandaba ayuda al desposeído y oportunidades para todos por igual.
Por ahora, a la Unidad Democrática, le toca luchar por
llevar el liderazgo sólido de Henrique, con su proyecto de concertación, con
miras al 7 de octubre y que ello
garantice una gran victoria popular, capaz de recobrar la esperanza y de
reconstruir la moral social con miras a impulsar la armonía y el desarrollo,
para vivir y progresar en paz, ante la división, desigualdad y destrucción institucional
que hace largo tiempo inició pero que éste gobierno exacerbó.
Y a Chávez independientemente del resultado… sólo le
queda formalizar su parte de un capítulo de la historia patria, como una
circunstancia que demostró que “cuando se creyó que todo estaba hecho y concreto,
nadie estaba satisfecho”. Largos debates entre historiadores, juristas y sociólogos
se harán para comprender cuál fue el peso verdadero del gobierno de Chávez sobre las
instituciones, economía y tejido moral patrio.
En
cuanto al PSUV prepararse para aceptar que fue un mero efecto efervescente de
la política, dependiente exclusivamente de un hombre y al no haberse creado
desde la base y sin identidad ideológica real nunca fue una organización
política auténtica, dejando que el tiempo la disuelva hasta quedar como un
simple recuerdo de unas prácticas políticas que actuaron en detrimento de la
institucionalidad nacional.